El Rameau más salvaje llega al Teatro Real en un drama ‘queer’ a ritmo de hip-hop
En 1725, seis líderes indígenas de América del Norte realizaron un viaje diplomático a París, donde fueron recibidos por Luis XV. Prometiendo lealtad a la corona francesa, que atravesaba una crisis financiera, ofrecieron en el Théâtre-Italien un espectáculo de tres danzas ceremoniales que representaban la paz, la guerra y la victoria. Entre los asistentes se encontraba el compositor Jean-Philippe Rameau, quien tomó notas durante toda la representación para una obra de clavecín titulada Les Sauvages, que más tarde incluiría en uno de los números de su ópera-ballet Les Indes galantes.
El libreto de Louis Fuzelier en el que se basó no se desarrollaba en la India, sino en mitológicos escenarios como el Monte Olimpo (Grecia), un puerto en Turquía, un volcán en los Andes y un jardín persa. Es decir, en aquellos lugares donde la Europa ilustrada proyectaba sus fantasías más exóticas. Pasó mucho tiempo antes de que esa visión distorsionada del salvaje, propensa tanto a la idealización como a la caricatura, comenzara a ser revisada a la luz de las teorías poscoloniales. La Ópera de París confió al cineasta Clément Cogitore la primera producción ‘revisada’ de la obra de Rameau en 2019.
El estreno en la Bastilla fue un éxito polémico, ya que el montaje de Cogitore situaba el epicentro de un terremoto que desencadena una erupción en las banlieues parisinas, que vibraron con una fusión de danzas urbanas a cargo de la compañía Rualité de Bintou Dembélé. Ahora, Dembélé es responsable de una nueva adaptación de Las indias galantes que se estrena en el Teatro Real, a partir de un concepto más depurado y minimalista, alejándose de los suburbios para explorar la periferia del cuerpo como territorio a través del viaje y la conquista.
La ópera de 'Brokeback Mountain' se estrena en el Teatro Real
Teatro gay: 'Desde El Azul', un drama sobre el machismo en el mundo LGBT
“He prescindido de muchos de los estereotipos coloniales para centrarme en las intrigas amorosas del libreto”, explica Dembélé por videoconferencia desde París. “Quería que la historia conectara de una forma más humana y cercana con la realidad de las comunidades LGBT y queer, es decir, con esas otras formas de amor que nunca son representadas”, reflexiona. “Por eso, el espacio que he concebido funciona como refugio, un lugar de encuentro, sin travestismos ni ocultamientos. Porque el cuerpo nunca miente”.
Fiel a esa premisa, Dembélé sigue el rastro de “los fantasmas interiores de los personajes” para detectar “los puntos de tensión entre dos épocas que, al final, se encuentran”. Es aquí donde su crítica a las secuelas del colonialismo se transforma en una efusiva celebración de la diversidad. “Para mí, el salvaje es el otro, el blanco, el bárbaro conquistador que saquea territorios”, afirma. “La ambivalencia de Las indias galantes nos permite entablar un diálogo con el pasado, un nuevo ritual que invita al público a observar el mundo desde otra perspectiva”.
Las coreografías de Dembélé combinan la vitalidad cosmopolita del hip-hop, la estética tribal del krump, la catarsis emocional del waacking, y el glamour dramatizado del voguing, entre otros estilos que emergieron en comunidades afroamericanas y latinas. Todo ello se integra en un “gesto espiritual”, en el que las manos juegan un papel crucial, ya que “señalan y recuperan las marcas invisibles de la memoria colectiva”.
Asimismo, Rualité, la compañía que fundó en 2002, procura dar voz a la realidad urbana. Muchos de sus miembros son afrodescendientes cuyas historias están marcadas por el desarraigo. “Para mí, España, especialmente Barcelona, donde vive mi sobrina, es un ejemplo de participación activa y responsable en el espacio público”, afirma Dembélé, evitando pronunciarse sobre la actual situación de las banlieues y la ineficacia de las políticas de Macron contra la discriminación en estos barrios.
En esta revisión de Las indias galantes, que estará en cartel hasta el 1 de junio, se difuminan las jerarquías artísticas. “Aquí, instrumentistas y bailarines cantan con la misma naturalidad y espontaneidad, al igual que las cuatro voces principales participan en las coreografías”, aclara el maestro argentino Leonardo García-Alarcón, quien dirigirá a los músicos de Cappella Mediterranea y al Coro de Cámara Namur. “La música barroca no puede separarse de la danza, ya que forma parte de ella, y esta simbiosis solo puede generar una emoción exacerbada y radical”.
El concepto original de Las indias galantes de Cogitore nació de una propuesta presentada por García-Alarcón a Stéphane Lissner, entonces al frente de la Ópera de París, para conmemorar los 350 años de la institución: “La idea era trasladar el centro histórico de la ópera de Garnier a Bastilla, donde nunca se había llevado a escena una obra barroca”. Allí, en un escenario erigido sobre las ruinas de una antigua prisión, del director liberó la obra de Rameau de las ataduras académicas con una interpretación que destacaba la riqueza y diversidad del barroco en Sudamérica.
La versión latina de este ballet-héroïque de Rameau llega al coliseo madrileño coincidiendo con el 20 aniversario de Cappella Mediterranea, un ensemble especializado en el repertorio barroco que él mismo fundó. “Para nosotros, Las indias galantes no es música antigua, ya que cualquier partitura que no sea actual está muerta”. Tanto es así que durante un ensayo con Rualité, un bailarín se le acercó para preguntarle si era el famoso Rameau. “Eso me llenó de felicidad. Era la prueba definitiva de que estábamos haciendo un buen trabajo”.